¡Vive a tu propio ritmo!
Más que para Año Nuevo, cada mes de septiembre me siento rejuvenecer. Revalúo mi vida y suelo hacer cambios. Hay algo en el anuncio de la primavera que llama a hacer cosas diferentes. El pasado septiembre me propuse retomar mis caminatas diarias, si bien no con muchas ganas al comienzo. Fue la insistencia de una amiga para hacerlo juntas lo que me hizo salir de mi modorra. Nos pondríamos al día con nuestra charla, podríamos divertirnos juntas un rato y hacer algo bueno por nuestra salud. Ella perseveró sólo dos semanas. Yo seguí haciéndolo a diario.
No podría decirles qué fue lo me inspiró para continuar esta práctica. En verdad, para alguien que nunca fue una deportista nata, caminar una hora diaria puede ser un verdadero desafío físico y hacerlo sola, realmente aburrido. Pero no había pasado un mes que mi cuerpo ya se había adaptado y se convirtió en un hábito que no hubiera pensado en abandonar jamás.
Y entonces fue cuando ocurrió. La caminata dejó de ser un ejercicio del cuerpo y comenzó a ser un ejercicio de la mente. Después de la primera cuadra, mis pensamientos comienzan a vagar, a veces sobre los problemas simples de cada día, pero en ocasiones se concentran en temas de mayor importancia.
Vayan donde vayan, mis meditaciones son siempre productivas. He hallado respuestas a problemas que me acosaban. He tenido a veces verdaderas inspiraciones. He logrado hacer una verdadera introspección que me ayudó a comprender mejor ciertas actitudes de los que me rodean. Y lo que es más significativo aún, hallé mi propio ritmo. Lo curioso es que ese día, no comenzó en absoluto siendo algo sobre la mente, comenzó como algo que era totalmente corporal.
Todo era como de costumbre. Salí a caminar a la hora de siempre en un día de semana. No había comido demasiado, ni demasiado poco. No había nada diferente en ese día, excepto que por alguna razón, el ejercicio se me hacía más difícil que otras veces. Me costaba dar pasos largos, mantener el ritmo y mi respiración estaba más agitada que de costumbre. Me pregunté por qué seguía esforzándome y sufriendo en un día en el que evidentemente mi cuerpo no quería responder. Pero ya estaba demasiado lejos para parar. Tenía que seguir. No tenía otra opción.
Entonces mi ritmo cambió, pero no de intento. Sólo ocurrió. Mis pasos comenzaron a ser más largos y más rápidos. Lograrlo no aumentó el estrés. Pasó todo lo contrario. Mi cuerpo se volvió más ágil, el nivel de esfuerzo disminuyó. Sentía que mis piernas cooperaban y que las limitaciones físicas que había experimentado desaparecían. Encontré mi propio ritmo natural y todo volvió nuevamente a su lugar, fácilmente y sin esfuerzo.
La diferencia fue sorprendente. Si bien cuando lo pienso en restrospectiva, no tenía por qué serlo. Existe un ritmo natural para todo. La rotación de la tierra, el flujo y reflujo de las mareas, los ciclos de la naturaleza, las cuatro estaciones, todo se mueve y cambia continuamente a un paso que es individual, único y exclusivo. La naturaleza no tiene otra opción que la de aceptar este fenómeno. No puede pensar. No puede tratar de convencerse de que lo que siente que está mal, está en realidad muy bien. Debe seguir adelante y sucumbir a su ritmo natural. ¡Tan distinto de la gente!
Hemos sido a la vez bendecidos y maldecidos con la capacidad de pensar y razonar. Como consecuencia, a menudo en nuestras vidas hacemos elecciones que pensamos que son buenas para nosotros, que por lógica nos parecen bien pero que sentimos están mal. Y entonces nuestras vidas se vuelven difíciles, complicadas y nos llenamos de problemas. Y nos preguntamos por qué.
¿Por qué no andan bien nuestras relaciones? ¿Por qué se nos hace tan difícil cumplir con nuestro trabajo? ¿Por qué algunas amistades ya no son tan gratificantes? ¿Por qué ya no disfrutamos de ciertas actividades como solíamos hacerlo? Quizás la respuesta es, porque lo que sea que no está funcionando en nuestras vidas es ir en contra de nuestro propio ritmo natural. Quizás estemos nadando en contra de la corriente. Quizás todo lo que necesitaríamos sería cambiar el ritmo y hallar entonces que todo cae nuevamente en su lugar y sin esfuerzo.
Tal vez debiéramos recibir esta lección de la naturaleza y dejar de pensar. Entonces y sólo entonces podríamos ser capaces de ir con la corriente y sucumbir a nuestro propio ritmo natural.
A veces las lecciones más importantes se aprenden de los actos más simples, tal como caminar.